El fuego rodea el tronco en silencio perfecto,
había dormido durante años, los susurros de los muertos
supieron tostarle el cerebro, caminaba tropezando como idiota y
cuando en la oscuridad estaba solo, se daba el gusto de estrangularse.
Tenía dedos largos sin uñas, sin huesos.
Nos odiaba, a nosotros y un poco a ellos, casa tanto
se le salía un huevo del calzón y
de vez en cuando vivía en España.
Se murió como yo y como cualquiera,
un viernes.
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